En el más absoluto silencio reclamo ser
escuchado, sin embargo una sucia cinta de embalaje ploma pegada a mi boca (que hace juego con
los muebles de escritorio de esta oficina) se empieza a transformar en carne,
no hay labios, no hay voz, ni siquiera un quejido, las personas pasan frente a
tu escritorio, escribiendo en sus teléfonos, preocupados, casi desesperados en
sus propias preocupaciones.
Un vértigo empieza apoderarse de mi, es
extraño sentir mal de altura a tan pocos centímetros del piso, quizás esta
silla giratoria sea demasiado alta, lo
cierto es que cada vez veo la oficina desde mayor altura, las rayas imperfectas
de peinados, la calvicie tomando por asalto esas cabezas, siento mi espalda
encorvada pegada al frio techo.
Aturdido siento que el tiempo se acaba, siento
desesperación…, en lo alto de la oficina las cosas se ven igual, cada quien
caminando presuroso, con destinos cortos, sumergidos en una rutina, cegados por
la inmediatez de resolver temas sin
importancia.
Cuantas vidas se diluyen en una oficina
burocrática, será por eso mi resistencia a usar corbata, quizás vestir así sea
la única forma de sentir que tienen al mundo en el bolsillo, cuando lo más
probable es que su insignificancia en este mundo sea lo mas incuestionable.
¿Cómo llegué aquí?, ¿Por qué siento que el tiempo se acaba?, creo
que un reloj de arena en estos momentos me daría tranquilidad.
De repente, siento el sonido de un gran
cascabel, una serpiente empieza a salir del tacho de basura al lado de mi
escritorio, ¿Cómo pudo caber un animal ahí?, recorre con mucha sinuosidad los
escritorios, nadie puede percibirla, a estas alturas creo que las personas no
se resistirían al veneno, más bien sí puedo encontrar una resistencia de la
serpiente a quedarse en este lugar, tal vez hasta para una serpiente es difícil
integrarse a este sistema, furiosa muestra sus colmillos, cascabelea mas que
nunca, pero nadie advierte su presencia.
Llego a la conclusión de que este lugar es
realmente habitado por esta serpiente desde antes que todas las personas que
trabajamos aquí llegáramos, la rutina autómata se apodero de su hábitat, y
contra eso no puede hacer nada, esta especie de zombie en la que se han
convertido las personas no obedece mas que a responsabilidades absurdas, es en ese momento en el que siento que mi sillón
giratorio regresa a su sitio, tomo unos papeles, recupero mi boca, voy
atendiendo el teléfono que sonaba, mientras sigo escribiendo, y así poco a poco
me convierto en uno de ellos.
Lima, 22 de junio de 2012
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