miércoles, 8 de mayo de 2013

NI MUERTO MALO, NI NOVIA FEA


Cada colectividad de personas llora y entierra a sus muertos. Es una acto respetable, que significa un reconocimiento. Terrorista, capo de la mafia, político, soldado, todos son buenos para su familia.

Un recorrido del ataúd a hombros de los amigos cercanos, llantos de rabia y nostalgia, costumbres tan humanas como el pedido a Dios de que los albergue en su infinita paz. Esa es la percepción que transmitimos al enterrar a nuestros muertos. No hay muerto malo, pues recordamos siempre solo el lado positivo de las personas; ni existe novia fea, porque le deseamos siempre el mejor y más hermoso destino a la nueva familia.

Pero vale recordar la tradición de Ricardo Palma: "Existía en Lima, hace cincuenta años, una asociación de mujeres todas garabateadas de arrugas y más pilongas que piojo de pobre, cuyo oficio era gimotear y echar lagrimones como garbanzos. ¡Vaya una profesión perra y barrabasada! Lo particular es que toda socia era vieja como el pecado, fea como un chisme y con pespuntes de bruja y rufiana". Peruana o no, la costumbre era la de una competencia por llevar la mayor cantidad de plañideras y acompañantes para la foto histórica del acto político.

Los buenos recuerdos suelen ser la motivación de los seres queridos. Los muertos no hablan, pero sus actos sí. Al final la historia se encarga de ellos, para bien o para mal, según vuestra afinidad.

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